LOS
INTENTOS DE RECONSTRUCCIÓN
Manuel Siurana
Roglán
FINALES
DEL SIGLO XIX
Como
hemos visto, fueron infructuosas las gestiones que, desde Valderrobres,
se llevaron a cabo para evitar el derrumbe del tercer tramo de la iglesia
parroquial. El párroco y el Ayuntamiento no tardaron demasiado
en intentar que se reconstruyera aquello que la burocracia y la negligencia
de quienes tenían el poder y el deber de preservar el edificio
no fueron capaces de evitar.
En
el archivo parroquial de Valderrobres se conservan dos cartas que son
vivo testimonio de ello y que demuestran al menos dos cosas: que desde
el curato de Valderrobres se intentó que se procediera a la reconstrucción
y que los poderes eclesiástico y político, conjunta o
individualmente, hicieron caso omiso a la solicitud.
El
sacerdote don José Senli, que se había incorporado a la
vicaría de Valderrobres el 1 de marzo de 1877, fue quien impotente
vio derrumbarse la iglesia y tan pronto como pudo inició las
gestiones para su reconstrucción, como lo atestiguan las citadas
cartas y otras que también se debieron escribir.
La
carta que don Manuel Sastrón, diputado a Cortes por el distrito
al que pertenecía Valderrobres envía al cura párroco
de ésta, don José Senli, el día 11 de octubre de
1884, es la muestra palpable de que los trámites ya se habían
iniciado con anterioridad, puesto que el diputado afirma "estar
gestionando como Usted sabe, obtener del Gobierno, el auxilio necesario
para la restauración de esa santa iglesia". Añadiendo
que "en virtud de mis gestiones desde hace meses, como Usted sabe,
el día 4 de abril, último, se remitió el proyecto
a Zaragoza, juntamente con el presupuesto de contrata, importante la
cantidad de pesetas 66.424,97" y que "por Real Decreto de
5 de junio último, y para poder resolver lo que proceda, respecto
del proyecto precedente, se dispuso que la Junta Diocesana manifestase
qué fondos existen en su poder".
Hasta
este punto queda clara la iniciativa llevada a cabo para la reconstrucción
de la iglesia, en la que el cura párroco de Valderrobres parece
haber tomado el necesario protagonismo y en la que don Manuel Sastrón,
colabora desde su alta posición de diputado de las Cortes españolas.
Debe notarse que ya existe un proyecto y un presupuesto para las obras
y que todo ello ya ha pasado por las manos del Gobierno y ha motivado
un Real Decreto, a través del cual se instó a la Junta
Diocesana del Arzobispado de Zaragoza a informar del dinero que podría
aportar para la ejecución de la obra.
Al
mismo tiempo el diputado señala que "escribo al Sr. Cardenal
Benavides, con el fin de que se digne dar respuesta a este Ministerio"
y, a su vez, aconseja a mosen Senli que busque el modo de reducir el
presupuesto para que el gobierno pueda hacer frente al mismo, porque
"sería quimérica la ilusión, que nos hiciéramos
si esperáramos que el Gobierno nos hubiera de dar ni en este
ni en ningún otro ejercicio la cifra de 66.424 pesetas: en los
presupuestos generales del Estado, sólo se consignan 250.000
pesetas para la reparación anual de todos los templos de España
e islas adyacentes"
Es
pues, ahora, el dinero el principal problema. Ciertamente era improbable
que el Gobierno fuera a gastar una cuarta parte del presupuesto anual
de restauración arquitectónica en una sola obra. La cultura
y la defensa del patrimonio no eran por esos años objetivos prioritarios
y el Estado no recaudaba, vía impuestos, las ingentes cantidades
que se recaudan actualmente. Por lo tanto eran lógicas las dos
pretensiones: que colaborase la Iglesia y que se recortara el gasto
lo más posible.
Pero
sigamos desmenuzando la carta y veamos qué consejos imparte don
Manuel Sastrón:
a) "Entiendo pues, lo indispensable que se hace, que Usted, como párroco
dignísimo de su pueblo, el Ayuntamiento y mayores contribuyentes
y vecinos que quieran firmarla, dirijan, por mi conducto, (si de ello
me consideran merecedor) una solicitud al Sr. Ministro de Gracia y Justicia".
b) "reduciendo a la menor cantidad (el subrayado es original) posible,
la del coste de las obras para reparar esa santa iglesia".
c) "recomiendo se verifique con premura, pues o sino, se da muy pronto
fin a la consignación".
Como
vemos, la primera recomendación del político es llevar
a cabo una acción conjunta entre el párroco, como parte
representante del poder eclesiástico, el Ayuntamiento, como poder
político y los ricos del pueblo, como parte representante del
poder civil. En este apartado cabe hacer notar que en el año
de 1884 aún no se había establecido en España el
sufragio universal y únicamente tenían derechos políticos
las personas que poseían unas rentas más elevadas, de
ahí que se cite especialmente a los mayores contribuyentes, aunque
se dé la posibilidad de que también participen el resto
de vecinos, que, según la terminología al uso, eran únicamente
los cabeza de familia. En otras palabras, se estaba planteando una recogida
de firmas para solicitar la restauración de la iglesia. Recogida
de firmas que, por los motivos que fuera, nunca llegó a efectuarse.
La
segunda recomendación, especialmente remarcada y por lo tanto
principal problema que se atisbaba, es reducir el presupuesto lo más
posible, cosa que inmediatamente veremos que intenta hacer el párroco
don José Senli.
Por
último se recomienda rapidez, pues los presupuestos se agotaban
inmediatamente. De todas formas entendemos que éste debería
haber sido un problema menor, pues cada año existiría
una nueva consignación que permitiera ir afrontando las sucesivas
obras que se plantearan.
El
celo del párroco de Valderrobres para conseguir la reconstrucción
de la iglesia queda plenamente demostrado, ya que no tardó en
intentar cumplir las recomendaciones dadas por don Manuel Sastrón
y el día 17 de octubre, tan solo seis días después
de la fecha que encabeza la carta que recibió desde el Ministerio
de Gracia y Justicia, envió una carta al arzobispado de Zaragoza
explicando sus planes, proponiendo soluciones y pidiendo consejo y permiso
para actuar.
Como
no podía ser menos la carta se centraba en la cuestión
presupuestaría, ya que, según palabras de mosen Senli,
"don Manuel Sastrón, diputado a Cortes por este distrito,
ha tropezado con la importancia de la cantidad presupuestada y con las
dificultades de que tal cantidad se destine a una sola parroquia",
añadiendo que "aunque el exponente carece en absoluto de
conocimientos facultativos y respeta en alto grado, como no puede menos,
los acertados cálculos del dignísimo Sr. Ingeniero que
formó el presupuesto; cree sin embargo debe manifestar que puede
la cantidad presupuestada reducirse en más de una mitad".
Pasando a continuación a enumerar las causas que, según
él, hacen que el citado presupuesto ascienda tanto:
a) la necesidad de labrar de nuevo la piedra sillería que resulte
del derribo y que quedará reducida a muy corta cantidad.
b) la necesidad de extraer de las canteras gran porción de sillería
para suplir la falta de la que haya resultado inútil e inservible.
c) la necesidad de construir la bóveda enteramente igual a la restante
del templo y como ésta tiene tres metros próximamente
de espesor, se comprende fácilmente el gran coste que deberá
tener.
Aguzando
el ingenio e intentando por todos los medios, aunque en ocasiones equivocados,
el párroco busca soluciones más o menos ingeniosas siempre
con la finalidad de que la obra no se quede sin ejecutar. Así
propone diversas soluciones:
a) no tallar la piedra resultante del derribo y emplearla "en el mismo
estado en que quedase".
b) solicitar al Estado el permiso para sacar la piedra necesaria "de
las ruinas del antiguo castillo o palacio lindante con la iglesia,
que perteneció a la dignidad arzobispal", limitándose
a la "sillería derruida, la cual podría aprovecharse,
aun respetando las paredes que están en pie, o a lo sumo tomando
muy poca de la muralla exterior sin destruir el edificio".
c) construir "en lugar de la bóveda de tres metros de espesor
otra de ladrillo gruesa de un decímetro próximamente y
cubierta con un tejado ordinario".
Al
párroco, lógicamente, le movía el interés
de recuperar una parte de la iglesia imprescindible para dar cabida
a un mayor número de personas en su interior, pues "en la
actualidad solamente es capaz para la cuarta parte de la población",
ya que por aquellas fechas la población de Valderrobres estaba
a punto de superar las 3.000 personas. Importándole en menor
medida la defensa del patrimonio arquitectónico, de ahí
la opción de aprovechar los sillares caídos del castillo,
cosa que por otra parte muchos particulares hicieron. Mostraba, a pesar
de todo, un cierto interés por los valores artísticos
de la iglesia, ya que al referirse a la posibilidad de sustituir la
bóveda de piedra por una bóveda de ladrillo, añadía
que, si bien "no correspondería a la bóveda restante
del templo y a las exigencias del estilo gótico a que aquel pertenece...
podrían simularse con mucha facilidad las uniones de la piedra".
A la vez que se permitía hacer una crítica al "mal
efecto que ahora produce... el revoque o blanqueo de cal que a principios
de este siglo tuvieron el mal acuerdo de darle". Finalmente su
posibilismo le llevaba a añadir "que será muy preferible
tener terminado el templo aún de este modo, si bien impropio
de su arquitectura, a tenerlo para siempre en ruinas".
Desgraciadamente
sus palabras escritas adquieren hoy en día todo su sentido, ya
que obviamente la obra no se realizó ni de un modo ni de otro
y cuatro generaciones de valderrobrenses han visto, como si de una profecía
se tratara, únicamente las casi inamovibles ruinas.
Después
de todas estas consideración, mosen Senli lanzaba unas preguntas
al arzobispado de Zaragoza:
¿podrá hacerse la reparación del templo con arreglo
a las consideraciones expuestas, aún a pesar de los proyectos
que constan en el expediente?
¿convendrá que este pueblo se dirija al Excelentísimo
Señor Ministro de Gracia y Justicia... rogándole que tenga
a bien conceder su aprobación al expediente concebido, en la
seguridad de que las obras importarán cantidad muchísimo
menor de la que en el expediente se consigna?
¿habrá necesidad de formar un nuevo expediente con arreglo
a estas consideraciones, dada la dificultad de alcanzar la cantidad
a que se eleva el presupuesto presentado?"
Y
suplicaba que le dieran "las oportunas instrucciones, a fin de
poder obrar con acierto en este asunto y conseguir más fácilmente
la aprobación del presupuesto y reparación de este templo
parroquial".
Desconocemos,
al menos de momento, las resoluciones que se tomaron. No sabemos si
hubo respuesta del arzobispado y, si la hubo, en qué sentido
se formuló. Tampoco sabemos si se llevó a cabo la coordinación
de fuerzas entre la Iglesia, el Ayuntamiento y el Pueblo. Lo único
cierto es que las obras no se realizaron y visto lo acontecido durante
el proceso de ruina del templo, nos tememos que la burocracia, la falta
de acuerdo entre el poder político y el poder eclesiástico,
el desinterés por la cultura y el patrimonio y la falta de recursos
económicos frustraron este primer intento de reconstrucción
del tramo derruido, a pesar de la buena voluntad y del interés
mostrado al menos por el párroco José Senli y por el diputado
Manuel Sastrón.
EL SIGLO XX
España,
siguiendo el penoso cauce iniciado en el siglo XIX, pasó a lo
largo del siglo XX por muy difíciles años: el caciquismo
y la corruptela política, las guerras en Cuba y Filipinas, la
pérdida de las colonias ultramarinas y sus consecuencias económicas,
los en muchos casos infructuosos intentos regeneracionistas, los impedimentos
para llevar a cabo una reforma tributaria que dotara al Estado de los
recursos suficientes para modernizar el país, los sobresaltos
revolucionarios (Semana Trágica de Barcelona, crisis de 1917),
la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias económicas, el
golpe de Estado del general Primo de Rivera, la caída de la Monarquía
y la llegada de la República, el encono político, el golpismo,
la cruenta Guerra Civil y sus consecuencias sociales, políticas
y económicas, el inmovilismo, la autarquía, el miedo a
la cultura...
Ciertamente,
no fueron los mejores tiempos para acometer una obra tan importante
y costosa. A pesar de todo en el año 1965, el entonces párroco
de Valderrobres, Vicente Hostaled, decidió emprender las obras
de reacondicionamiento de la iglesia parroquial, en un intento de devolverle
su primitivo aspecto gótico, con la eliminación de los
aditivos, considerados sin valor, realizados tras la Guerra Civil. Para
ello, convocó y capitaneó a todo el pueblo, que tomó
sobre sus espaldas la restauración, aportando el trabajo y el
dinero, sin que acabaran de llegar las subvenciones que se tramitaron.
Además se contó con el asesoramiento artístico
y litúrgico de don José Aznar Ibáñez y con
los servicios de una pequeña partida de albañiles profesionales,
que trabajaron en la iglesia durante todos los días de las obras
y a quienes por la noche, fuera de sus horas de trabajo habituales,
se les unieron desinteresadamente otros profesionales y la demás
gente del pueblo, que realizaron los trabajos que estaban al alcance
de sus capacidades.
El
Estado franquista, con el paso de los años, fue perdiendo el
interés que en un primer momento había mostrado en la
restauración arquitectónica como fuente de propaganda
política y a partir de los años sesenta la concentración
en el desarrollismo económico provocó el desinterés
por la recuperación patrimonial, disminuyendo las intervenciones,
justo en el momento en que de nuevo, ante la ausencia de los poderes
públicos, fue el pueblo de Valderrobres, movido por su párroco
quien intervenía en las obras, con no pocos errores y con resultados
discutibles, sin que el Estado se diera económicamente por enterado.
Las
obras consistieron en desnudar los muros, repicar las piedras con el
fin de eliminar los encalados y devolverles su aspecto original, taponar
los múltiples agujeros que se habían hecho a lo largo
de los siglos en las paredes (empleándose cemento blanco y arena
para dar un color igual al de la piedra) y simular las juntas con el
fin de dar a los muros un aspecto más semejante al original.
Para todo lo cual se construyeron andamiajes de madera, tallados sobre
los pinos más altos que se encontraron en el término municipal,
siendo necesario entrelazarlos para alcanzar mayor altura. Además
se levantó el suelo por completo, se recubrió con mucha
grava para evitar la humedad y luego se pavimentó con losas refractarias.
También se contrató al escultor Paltor Voltá, que
se encargó de toda la restauración artística, repuso
las cabezas de algunas estatuas, rellenó de alabastro las ventanas
y rosetones, esculpió las ménsulas que soportan la imagen
de la Virgen en el ábside y realizó un gran crucifijo.
Se cortó y se trasladó hasta el templo una antigua piedra
de molino que estaba abandonada, para que sirviera de altar. Se realizó
la instalación eléctrica y se dieron los últimos
retoques, acabando las obras tras algo más de medio año.
El
coste total de las obras fue de 1.060.800 pesetas, de las que 361.672
se obtuvieron de donaciones populares en metálico y 699.128 se
contabilizaron en trabajo y materiales regalados.
En
1968 desde el gobierno de España se dieron órdenes para
recoger la información necesaria para iniciar la reconstrucción
del tercer tramo. En un primer momento el arquitecto don Gabriel Alomar
Esteve preparó un proyecto de "obras urgentes de prospección,
estudio y análisis del estado de ruina y consolidaciones"
del tercer tramo de la iglesia y al año siguiente don Rafael
Mélida Poch elaboró el plan de "obras generales".
La aportación del Estado fue de tres millones de pesetas que
se consumieron rápidamente en las obras realizadas entre 1970
y 1971 y que consistieron en la limpieza y consolidación del
caño subterráneo, la excavación del suelo, la exhumación
y nueva inhumación en el cementerio local de los cadáveres
hallados y la restauración parcial del muro del hastial y de
la capilla de la Epístola, en la que se levantaron las paredes,
se embastó y se trazaron los nervios.
Al
menos lo realizado sirvió para consolidar el edificio y era una
obra imprescindible para poder acometer el resto de la restauración.
Pero, desde entonces, hace más de treinta años, ya no
se ha vuelto a intervenir en el templo, tan sólo se han acometido
(a cargo de la propia parroquia) pequeñas obras imprescindibles
en el tejado, para evitar filtraciones de agua y humedades, que le han
dado un aspecto parcheado.