LA
IGLESIA DE VALDERROBRES COMO OBRA DE ARTE.
Manuel Siurana
Roglán
Es
muy complejo dar una definición muy ajustada de qué es
o qué podemos considerar una obra de arte y, en este caso en
concreto, una obra arquitectónica.
Uno
de los criterios más utilizados es el de la intencionalidad estética
o, mejor aún, artística, para así no entrar en
conflicto con artistas y obras plásticas más recientes.
Es
evidente que la iglesia de Valderrobres tiene la característica
de ser una obra de arte, puesto que en su momento el arquitecto o los
arquitectos que la idearon no pensaron en ella como una simple construcción
que diera cabida a un considerable número de personas que en
ella se acogían para celebrar el rito de la Eucaristía.
Bien al contrario, el arquitecto o arquitectos, además del sentido
útil que toda obra arquitectónica ha de tener, buscaron
provocar emociones estéticas, transmitir sensaciones espirituales,
dar mensajes doctrinales. Todo lo cual sería posible a través
de la contemplación de lo construido externa e internamente.
Externamente
queda claro que el efecto de la iglesia de Valderrobres, asociada al
castillo, es demoledor, como ya hemos dicho: es una verdadera imagen
de marca. Ambos monumentos en concurrencia indisoluble presiden majestuosamente
todo el pueblo, al que dominan desde lo más alto, haciéndose
visibles desde todos los puntos de llegada, siendo especialmente impactante
por lo repentina y sorprendente la visión que se adquiere entrando
por la carretera de Tortosa. Ya hemos comentado la distorsión
visual que tras un visión más profunda del conjunto se
observa al estar derruido el tercer tramo.
Pero
lo que diferencia a la arquitectura de las llamadas artes plásticas
es que en aquella, además de su contemplación exterior
cabe también la visión interior. El espectador puede sumergirse
dentro de la obra arquitectónica, cosa que no puede hacer dentro
de la escultórica o pictórica, lo cual es otro de sus
elementos definitorios. En nuestra inmersión dentro de la iglesia
podemos sentir, percibir, actuar. Captamos las estructuras, las proporciones,
los ritmos, las texturas, los colores, la acústica, la luz...
Nos movemos dentro del espacio, observamos diferentes puntos de vista,
completamos las pistas que el arquitecto nos ha dado y percibimos un
torrente de sensaciones no sólo visuales, sino también
espirituales. Ahora somos nosotros quienes podemos notar la magnitud
espacial tridimensional, nos movemos dentro de ese espacio y en nuestra
acción de movimiento aportamos otra dimensión, la temporal.
Esa es la grandeza de la arquitectura como obra de arte.
El
arquitecto al construir una obra tiene especial cuidado en crear esas
sensaciones y en dar esas pistas que el espectador ha de intentar descifrar,
como si de un juego se tratara. Al arquitecto al realizar una obra le
ha movido una intencionalidad y esa intencionalidad la ha traducido
en una serie de mensajes, por ello colocó las ventanas donde
debía, distribuyó las proporciones como consideraba, utilizó
las texturas y los colores que pretendía y así sucesivamente,
todo encaminado a transmitir unas sensaciones.
Los
que visitamos habitualmente la iglesia de Valderrobres nos hemos acostumbrado
a ver el templo mutilado, sin su tercer tramo, no nos sorprendemos por
ello lo más mínimo. Este espacio arquitectónico
nos es cotidiano y con él nos hemos familiarizado, de la misma
manera que un recién nacido secuestrado se familiarizaría
con su captor si ejerciera con él las funciones de un padre.
Es más, nos causará una gran sorpresa el día que
veamos la iglesia en toda su magnitud, la notaremos rara, extraña,
pensaremos que no es la nuestra, pero ciertamente esa será la
verdadera y no la actual.
Hemos
dicho que la arquitectura permite la inmersión en su interior
y la captación de múltiples sensaciones a través
del movimiento y del recorrido interno. Todo esto se ha secuestrado
en la iglesia de Valderrobres durante 127 años. Las sensaciones
que los arquitectos que intervinieron en la construcción del
templo nos quisieron transmitir han sido manipuladas y los mensajes
los recibimos tergiversados. La sensación espacial no es la verdadera,
las proporciones son inadecuadas, la luz no responde a la realidad,
ni la textura, ni el color, ni la acústica...
¿Alguien
se imagina el templo del Pilar o la catedral de Amiens (uno de los mejores
ejemplos de arquitectura gótica) con un 25 % menos de planta
y aún peor con un 25 % menos de espacio? Seguro que no sería
igual. ¿Pero alguien se imagina una escultura como el David de
Miguel Ángel sin sus pies o los Fusilamientos del 3 de Mayo,
de Goya con una cuarta parte menos? A través de planos o fotografías
de obras arquitectónicas es difícil de expresarlo porque
su magnitud se alcanza con su contemplación interior, pero en
las reproducciones de esculturas y pinturas se observa mejor el mensaje
que pretendemos transmitir.