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REFLEXIONES SOBRE EL VALOR PATRIMONIAL DE LA IGLESIA DE VALDERROBRES DENTRO DEL GÓTICO DEL REINO DE ARAGÓN Y COMO IMAGEN DE LA LOCALIDAD

Manuel Siurana Roglán

      Desde el punto de vista político, la Corona de Aragón constituía una confederación de Estados formada por el reino de Aragón, el principado de Cataluña, el reino de Valencia y Mallorca. Territorios en los que, desde mediados del siglo XIII, comenzó a gestarse lo que se ha venido en llamar gótico catalán o levantino, por tratarse de un estilo que arraigó especialmente en las tierras más orientales de la Corona, principalmente en el siglo XIV y parte del XV.

      Este estilo artístico tuvo menor penetración en las tierras de Aragón, que, como en otros aspectos de su historia y de su cultura, quedó bailando entre dos o, en este caso, hasta tres aguas. Por un lado las tierras aragonesas más occidentales quedaban expuestas a la imponente fortaleza influenciadora del gótico castellano, menos vinculado políticamente a estas tierras, pero impresionante en su pujanza, magnitud y belleza. Por otro, el arte mudéjar gozaba de una gran personalidad en las comarcas aragonesas, donde la actividad constructiva a nivel rural, pero también, aunque menos, en las grandes obras, estaba copada por grupos de albañiles acostumbrados a trabajar con los sistemas constructivos, materiales y decorativos propios de dicho estilo artístico. Finalmente quedaban las zonas que por motivos geográficos, históricos o puntuales recibieron la influencia que llegaba desde Cataluña y abrazaron el gótico que llamaremos de la "Corona de Aragón", por tratarse del que imperó en los territorios de la antigua confederación.

      Sabido es que el estilo gótico no se ha utilizado habitualmente como estandarte del arte aragonés, por el gran interés que siempre han despertado el arte románico, básicamente pirenaico y el arte mudéjar, básicamente ribereño. El románico por su significación y entronque con el nacimiento de los condados y del reino aragonés, por su vinculación a Jaca y San Juan de la Peña y por su sentido más legendario. El mudéjar por su gran personalidad, por su originalidad y, si se me permite, por su sentido diferencial.

      Pero dichosos son los países que pueden disponer de variantes artísticas. ¿Qué darían algunos estados nacidos hace escasos siglos por poder disponer de obras arquitectónicas originales islámicas, románicas, góticas y mudéjares construidas en un intervalo de tiempo no excesivamente amplio?, sin hablar de estilos anteriores o posteriores a la Baja Edad Media.

      En repetidas ocasiones se ha manifestado el "daño" que para el estudio y conocimiento de la arquitectura gótica aragonesa hizo el insigne historiador del arte Pierre Lavedán con la exclusión del reino de Aragón en su estudio sobre "la arquitectura gótica religiosa en Cataluña, Valencia y Baleares". Este olvido hace tiempo que ya fue superado y todos los estudios de conjunto que se publican sobre el arte gótico incluyen las obras esparcidas por Aragón, con una referencia imprescindible a las obras centradas en la Tierra Baja.

      Aragón puede presumir de obras góticas repartidas por casi todo su territorio. Por citar algún ejemplo, desde la catedral de Tarazona, a la Seo de Zaragoza, pasando por San Miguel de Foces, la catedral de Huesca, la antigua colegiata de Alcañiz, la colegiata de Caspe o la iglesia de San Francisco de Teruel, sin ser excesivamente exhaustivos. Pero muchas de estas obras y en especial las de mayor envergadura física y cualitativa ofrecen toda una serie de características que les han hecho perder su puridad estilística.

      Así pues la catedral de Tarazona, más próxima estilísticamente hablando al gótico castellano que al de la "federación aragonesa", fue posteriormente remodelada en los siglos XV y XVI con elementos mudéjares y renacentistas que desvirtuaron su primitivo aspecto gótico. Algo parecido ocurrió con la Seo de Zaragoza. La catedral de Huesca, construida a lo largo de más de doscientos años, guarda gran parte de su pureza estilística, pero refleja las lógicas variaciones edilicias. De la insigne colegiata gótica de Alcañiz sólo quedó la torre campanario, cuando el impulso constructivo barroco y la influencia del "Pilar de Zaragoza" se extendió cual reguero de pólvora por todo el reino. Y para acabar este breve repaso, la colegial de Caspe sufrió muchas transformaciones en su trazado original.

      ¿Qué queremos decir con todo ello? ¿Qué la iglesia de Valderrobres es la única puramente gótica que se conserva en todo el reino de Aragón? La respuesta es que no. Pero sí una de las pocas que quedan y de entre ellas, una de las mejores y de entre todas, la única que forma un binomio indisoluble con el castillo y que se asocia plenamente a la imagen del pueblo.

      La iglesia parroquial de Valderrobres, junto a la colegiata gótica de Alcañiz, entre el siglo XIV y principios del siglo XV, actuaron como difusores del nuevo estilo sobre sus respectivas zonas de influencia, provocando un efecto contagioso no tanto en la repetición de las estructuras como en el gusto por las nuevas formas. De ahí que, en ausencia de la colegial, la parroquial de Valderrobres adquiera mayor dimensión por su importancia como arquetipo de un amplio ámbito geográfico, en el que la repetición de las marcas de cantero constatan los movimientos dentro de las cuadrillas de picapedreros que trabajan en unas y otras obras.

      Muchos de estos templos, a su vez, fueron modificados con aportaciones posteriores o derruidos para erigir en su lugar edificios más amplios, más modernos y ajustados a los gustos cambiantes de una nueva época, aprovechando cualquier excusa (pequeño incendio, amenaza de ruina...) para reedificarlos totalmente o para revestirlos de ornamentos modernos, lo cual fue especialmente habitual entre los siglos XVII y XVIII, en plena eclosión barroca. No siendo desdeñable la influencia que para ello tuvo la construcción de la basílica del Pilar y, aquí mismo, de la nueva colegiata de Alcañiz, que desencadenaron un proceso mimético en otros muchos lugares, mayor cuanto más cerca del foco alcañizano se estuviera, manteniendo casi únicamente su pureza gótica la iglesia de Valderrobres, que, además que como arquetipo ha quedado como casi único ejemplo puro del importante foco comarcal que surgió en torno a ella.

      Si a la presencia de la iglesia le añadimos el vecino y antiguamente comunicante castillo-palacio, la trascendencia del conjunto artístico no tiene parangón en el estilo gótico aragonés. Precisamente una parte considerable de esta obra civil se realizó simultáneamente con el tramo derruido de la iglesia parroquial y con la parte alta del campanario durante la segunda fase constructiva de ésta, coincidente con la prelatura de don García Fernández de Heredia, que mandó transformar el pasadizo que ya desde el arzobispado de don Pedro López de Luna comunicaba ambos edificios, para, de esta manera, poder acceder de forma más directa desde sus habitaciones hasta el espacio sagrado.

      Precisamente este pasadizo está en una de las zonas del castillo que aún permanece en ruinas, por lo que la comunicación entre ambos edificios sigue interrumpida desde hace más de trescientos años, hurtando a los miles de visitantes la posibilidad de contemplar uno de los espacios más destacados del conjunto.

 

Pasadizo que comunica la iglesia con el castillo

      De todo lo expuesto se deduce el indudable valor patrimonial de la iglesia parroquial de Valderrobres, no sólo para los habitantes de este pueblo, ni incluso para las gentes de Aragón o de España, sino para la humanidad entera. Los ríos, las montañas, los bosques... son un patrimonio que los seres humanos hemos recibido gratuitamente de la naturaleza o de Dios (según cada uno crea) y nuestro deber es su preservación, mantenimiento y mejora, porque forman parte de un paisaje reconocible. Los monumentos y los edificios públicos, religiosos, militares o civiles son también un patrimonio que todos los seres humanos hemos recibido gratuitamente, en este caso de nuestro antepasados, que con su esfuerzo consiguieron levantarlos y de los que se sintieron orgullosos. Así pues en pleno siglo XXI nadie puede plantearse que un río sea simplemente un montón de agua o que una montaña sea tan solo un montón de tierra mezclada con piedras o que un bosque sea un montón de madera o que una iglesia sea un montón de piedras colocadas con más o menos gracia.

      Decimos que los ríos, montañas y bosques forman paisajes reconocibles y añadimos ahora que los monumentos también y en especial algunos. Difícilmente nadie puede disociar el templo de la Sagrada Familia respecto a la ciudad de Barcelona, o el templo del Pilar respecto a la ciudad de Zaragoza. Forman parte de su paisaje y de su imagen, lo cual ocurre aún en mayor medida en localidades pequeñas y muy especialmente en Valderrobres, donde todas las imágenes del pueblo nos remiten al binomio castillo-iglesia. Binomio que siempre aparece mutilado afeando el conjunto, invitando al lamento y a la extrañeza, cuando no indignación, de los miles de visitantes que se preguntan cómo puede ser que en estos tiempos actuales donde las imágenes de marca (y la iglesia y el castillo de Valderrobres lo son) se potencian y donde en todos los lugares se intenta sacar arte de donde no existe, historia de donde no la hay y leyendas que nunca fueron; aquí, en este pueblo de Valderrobres aún haya que ver desde cualquier punto de vista el tramo derruido de la iglesia para vergüenza de propios y extraños, pero sobre todo para escarnio de quienes pudiendo haberla reconstruido no lo han hecho.

 

Vista general de la iglesia-castillo

      Podríamos justificar que las obras de reconstrucción del templo no se hubieran acometido durante los primeros cien años desde su destrucción, pensando en las dificultades pasadas a las que anteriormente nos hemos referido. Pero ya no son, afortunadamente, los actuales. España se ha convertido en un país próspero, el Estado presume de equilibrio presupuestario, a todas las administraciones se les llena la boca hablando de la importancia de la cultura y disfrutamos de un sistema político democrático y estable.

      Hace ya más de dos siglos que, durante la Ilustración, se llegó a la conclusión de que el patrimonio, incluido el arquitectónico, era el conjunto de bienes pertenecientes a toda la sociedad, que a partir de entonces comenzó a valorarlo, creando la necesidad de que el Estado asegurara su conservación y recuperación, superando la fase anterior en la que los edificios se revestían, modificaban y alteraban alegremente sin atender a consideraciones espaciales o lumínicas. Si bien este criterio y el posibilismo son los que actuaron a la hora de levantar el muro que aislaba el tercer tramo de Santa María la Mayor. La necesidad obligaba y condenaba.

      Ha llegado pues la hora de que desde los poderes públicos se acometa la decisiva reconstrucción de la iglesia parroquial de Valderrobres, que lleva 127 años en lista de espera, la obra lo merece por su singularidad en Aragón y el pueblo de Valderrobres y la comarca del Matarraña lo merecen para reforzar su imagen de marca. A bien seguro que el esfuerzo y el dinero que se invierta volverá con creces a nuestras tierras, pero sobre todo ganará el patrimonio: "aquella hacienda que las personas hemos heredado de nuestros ascendientes" y que al ser colectivo hace que nos refiramos a él como Patrimonio de la Humanidad o como Bien de Interés Cultural.

 

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